¿Cómo puede un niño ser tan feliz y nosotros, como adultos, ser infelices siempre?
Esta pregunta siempre me mantiene intrigada y cuando busco una respuesta buscando a tientas en la oscuridad, la respuesta es bastante evidente delante de mis ojos abiertos. Cuando veo a un niño sonriendo y riendo como si nada hubiera pasado, incluso después de haber sido regañado por su padre, me di cuenta de que es el lema de una vida feliz.
Somos nosotros, quienes tan ocupados entrelazamos nuestras vidas con todas las cosas poco realistas, materialistas y mecánicas, dejamos ir todo lo que podría provocar una sonrisa en nuestras caras. Sí, podemos llevar una vida feliz cuando podemos entender ciertas cosas como:
- En el momento en que te das cuenta de que pelear con tu ser querido no te lleva a ningún lado y dejar de luchar puede allanar el camino hacia la felicidad.
- En el momento en que entiendes que el dinero es importante pero no a costa de la felicidad.
- En el momento en que tenga las agallas de vivir en este mundo malo, incluso si no hay nadie detrás suyo que lo guíe o que esté a su lado cuando necesite un hombro en el que pueda confiar.
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No les molesta ni les preocupa su futuro.
No están locos por el dinero.
No sienten la importancia de recordar cada maldita cosa que jura arruinar su felicidad.
No se toman en serio incluso si las personas los regañan, porque les molesta lo que la gente piensa de ellos.
No les interesa vivir una vida artificial.
Las pequeñas cosas pueden hacerlos felices.
No necesitamos gastar demasiado dinero para hacerlos felices. Un abrazo puede hacer que se sientan como en casa y consolarlos.
El día en que un adulto jure vivir y amar la vida como lo hacen ellos, ese mismo día podemos vivir una vida feliz y tranquila.