La realidad, como el cielo y el océano, es subjetiva. No tiene principio ni fin, no es divisible ni depende de nuestras percepciones. Nuestros órganos sensoriales pueden percibir la realidad solo como un objeto o como parte de un sujeto. Es nuestra mente, que está dividida en tres partes: la primera es el sentido de la percepción sensorial, en la segunda tenemos las percepciones supersensoriales de nuestras experiencias formando “autoconciencia” en forma de ego. La última es la trascendental, conciencia espiritual, que hace que la conciencia sea consciente y que la mente sepa lo que el conocedor desea que sepa a través de lo que hace la mente.
Solo cuando experimentamos a través de la conciencia nos damos cuenta de cualquier situación de manera subjetiva. Detrás de nuestra realidad ilusoria o relativa se encuentra la realidad absoluta, imperecedera e ilimitada de la conciencia, que está completa en todos los aspectos. Esta integridad es la realidad última. La naturaleza de este absoluto está incrustado en su inteligencia-energía, que se manifiesta en la mente. Aunque invisible, fluye externamente de uno a otro, en continuo no puede ser creado ni destruido.
En realidad, es muy difícil definir “quién eres” porque tu identidad está tan disuelta en esa conciencia universal que el “quién” pierde su esencia. Es solo para el yo físico que el “quién” es importante.
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