Compartir significa no dividir sino multiplicar. Esto es algo que aprendí de mi vida familiar y los valores que mis padres defendieron para nosotros.
Desde mi infancia vi mi casa llena de invitados. En aquel entonces éramos la única familia que vivía en una gran ciudad, por lo que todos nuestros familiares solían quedarse con nosotros cada vez que visitaban la ciudad para recibir tratamiento, viajar al extranjero, en busca de trabajo o para obtener un título.
Era extraño que incluso con sus escasos recursos mis padres siempre entretenían a estas personas cordialmente. Mi madre estaba más que feliz de cocinar y lavar para todos estos invitados. Creían firmemente que un invitado siempre es una fuente de bendiciones.
A lo largo de los años con el progreso de otras ciudades, estos huéspedes dejaron de venir a Karachi para cada tarea importante. Sin embargo, mis padres piensan que nuestro progreso como familia depende de las oraciones de los invitados que recibieron refugio y comida en nuestra casa.
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Nosotros, como hermanos, podríamos no ser tan generosos, pero sabemos que al ayudar a los necesitados obtenemos asistencia divina en cualquier crisis.
Nunca nos volvemos pobres sino más ricos compartiendo con otros.