La enfermedad de Alzheimer comienza con confusión, ya que la memoria a corto plazo de los pacientes se deteriora y olvidan las instrucciones o las palabras. El inconveniente es tolerable, pero actúa como una advertencia de la inminente atrofia mental que se avecina.
A medida que avanza la afección, los pacientes tienden a sentirse tristes o enojados, ya que ya no entienden el mundo que los rodea. Esto es cuando la mente en descomposición se distingue del cuerpo aún funcional. Los pacientes se aíslan, tanto mental como físicamente, ya que pierden los recuerdos de sus amigos más cercanos y miembros de la familia.
La enfermedad culmina en una pérdida de control físico y capacidades. Los pacientes requieren asistencia constante para manejar las tareas de rutina, desde comer hasta el baño. En este punto, sus cuerpos, junto con sus mentes, ya no son suyos.
La enfermedad de Alzheimer es una de las pocas enfermedades aterradoras en las que la mente falla antes que el cuerpo. La enfermedad pone de relieve la fugaz naturaleza de la autoidentidad, como atributos personales y asociaciones grupales, con las que las personas se identifican, se escapan y evolucionan hacia algo completamente desconocido. Lo que queda es el esqueleto de un humano, que ya no está personificado de ninguna manera.
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