Siempre tengo en cuenta que yo, sin duda, moriré.
Si el tiempo me ha enseñado algo, me ha enseñado que casi cualquiera puede usar cualquier excusa para racionalizar o justificar sus propias decisiones (y pensar) y todo lo que realmente importa es quién lo compra. La mayoría de las explicaciones y filosofías no son un reflejo de la inteligencia o lógica “pura” sino una combinación de lo que es relevante para las personas y sus experiencias.
El conocimiento no es imparcial. Todo es un reflejo de la experiencia humana, más o menos. Los medios que utilizamos para expresarnos, generar y utilizar el conocimiento solo son relevantes para unos pocos y / o un público objetivo específico.
Dicho esto, trato de no mirar mi fallecimiento (con suerte distante) como una especie de falla, en mis intentos de superar lo que de otro modo sería una existencia sin complicaciones y olvidable, sino como una fuente de fortaleza. Hago de eso mi “excusa”.
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Solía menospreciar las expresiones hedonistas del intento de las personas de trascender su propia vida, y luego llegué a un punto en el que comencé a tener miedo de preguntarme:
“¿Por qué?”
“¿Por qué estoy haciendo este trabajo?”
“¿Por qué estoy viviendo aquí?”
Tenía miedo de hacerme esas preguntas porque sabía que la respuesta sería algo superficial y arbitrario.
Sé que hay un límite. Sé que no hay devoluciones o cambios, por lo que hacer cosas por razones arbitrarias ya no es una opción para mí. Ahí es donde saco fuerzas.