La razón principal por la que creemos que no hay actividad mental fuera del cerebro es que nadie ha demostrado empíricamente que lo hace.
Existe mucha evidencia que relaciona el cerebro con la actividad mental: ondas cerebrales, escáneres cerebrales, muerte cerebral e innumerables estudios de neurociencia.
¿Cuál es la evidencia de que los tejidos externos al cerebro participan en la actividad mental?
Cuando las personas reciben trasplantes de órganos, su identidad y conocimiento no parecen transferirse con los órganos. Las amputaciones de las extremidades son posibles sin alterar la mente. Entonces, a primera vista, la actividad mental parece estar muy dentro del cerebro y apenas fuera de él.
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Al mismo tiempo, las personas hablan de manera casual sobre las experiencias almacenadas en el cuerpo. Existe la llamada “memoria muscular” y la idea de que los recuerdos de un trauma pueden estar anclados en la tensión muscular en la espalda. Algunas personas sienten que el alma está en el corazón (a pesar de los trasplantes de corazón que no parecen mostrar esto). Y el “sistema nervioso entérico” que controla el intestino es una red neuronal separada y extensa que algunos han llamado un “segundo cerebro”. La medicina china (acupuntura, acupresión) y ciertas terapias de masaje consideran que los recuerdos y el “conocimiento” se almacenan en todo el cuerpo. Entonces, ¿cómo podemos descartar estas teorías?
Científicamente no podemos descartar teorías alternativas. Sin embargo, simplemente no tienen tracción en la ciencia.
La neurociencia tiene un arsenal abrumador de evidencia y conocimiento detallado sobre la relación entre los procesos en el cerebro y la actividad mental. El marco que une toda esta evidencia se centra en las redes neuronales como el facilitador básico de la actividad mental.
Hasta que a alguien se le ocurra un experimento sólido y reproducible que demuestre lo contrario, la ciencia seguirá adelante con el modelo que funciona, que es que el cerebro es el sustrato que permite a la mente.
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