Hay una macro y un micro tema incrustado en la película.
A nivel macro, creo que Sorrentino ha tratado de esbozar cómo un representante agudo de la izquierda cultural de Italia (como él) vería a su país hoy.
¿Cómo una persona así vería a Italia? Una belleza demoledora como la Roma de Jep: maravillosa pero contaminada (¿por Berlusconi? No se menciona con cuidado, pero es difícil no pensar que se insinúa en las escenas de la fiesta), con pocas posibilidades de redención. Poco profunda, cínica y desesperada al mismo tiempo. Nadie se salva, por supuesto, no el Estado (supuestamente no existe), ni la Iglesia católica, ni siquiera la propia Izquierda, que Sorrentino describe como narcisista.
En un año en que la crisis económica de Italia llegó a su clímax, en un contexto social y político que pasó de ser indiferente a cínico, a muy angustiado e inestable, esta película ciertamente tocó las cuerdas correctas tanto en Italia como en el extranjero.
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Es necesario decir en este punto que un retrato de Italia como este no es necesariamente un punto de vista compartido por todos los italianos, por supuesto, pero su fuerza narrativa está por encima de la discusión.
Sin embargo, además de este macro-tema, también está la búsqueda individual de Jep por la belleza real, después de toda una vida dedicada a navegar la misma superficialidad y cinismo del que ahora está cansado. La muerte de su viejo amor, la partida de un amigo desencantado, otras muertes en su camino de redescubrimiento, enfatizan un enfoque de la belleza que es terrenal, hiriente y genuino.
El momento final de la iluminación para Jep se produce en la Isola del Giglio, cerca de donde el barco de Costa Concordia ha naufragado, un símbolo sugestivo de los males de Italia. Aquí, Sorrentino probablemente está sugiriendo una solución tanto para el protagonista como para el problema de Italia con un nuevo comienzo, que se puede lograr al mirar más allá de la superficie y buscar la raíz silenciosa de las cosas, en lugar de un chat vacío.